Zaragoza, 1774.
Los monjes dormían tranquilos en
la Cartuja de Aula Dei, ajenos a la niebla que se había infiltrado en una de
las celdas.
Lentamente avanzó hacia el hombre
que se agitaba en un jergón, poseído por una visión. Un silbido apenas
perceptible recorría una calle estrecha y oscura, siguiendo el eco de unos
pasos. Súbitamente, una sombra sin forma definida, espectral, se abalanzó sobre
un caminante, que gritó aterrorizado al ser lanzado contra un rincón.
Sintió cómo le salpicaba la
sangre del infortunado y despertó. Al abrir los ojos, un rostro que le había
estado observando fieramente se desvaneció y el monje tuvo la misma sensación
que acompañaba a cada una de sus visiones, la de saber que él continuaba
buscándole y que no dejaría de hacerlo hasta encontrarle, tal como había
jurado. Pero no podía haberle localizado, al menos, no tan pronto.
Se incorporó sobre el camastro e,
imperturbable, contempló la luna a través de la ventana de la habitación.
Historia: Patricia Richmond
Ilustración Personajes: Miguel
Ángel Siles
Ilustración Escenarios: Alfredo
Scaglioni