El alguacil Florencio Ara llegó
al amanecer a la calle del Temple y se abrió paso entre los curiosos que se
habían congregado tras la barrera formada por los guardias que no les dejaban
acercarse. Saludó a sus subordinados y se dirigió al cirujano que estaba
examinando el cuerpo que yacía en un rincón. Estaba horriblemente mutilado.
—¿Qué tenemos, doctor?
—Una carnicería. Este hombre ha
sido devorado por alguna bestia que no puedo identificar.
El alguacil se acercó a mirar el
cadáver.
—Le advierto que no es agradable
—le avisó el médico.
Se estremeció al contemplar los
restos que quedaban de lo que había sido una persona. Su cabeza era una masa
sanguinolenta y los jirones de carne que asomaban entre las ropas rasgadas
apenas permitían adivinar que habían pertenecido a un cuerpo humano.
—¿Qué clase de animal ha podido
hacer esto?
—No puedo estar seguro. Nunca
había visto nada igual. Podría ser un felino de gran tamaño.
Se volvió hacia uno de sus
ayudantes.
—¿Sabemos quién es?
—No, no llevaba encima nada que
lo identifique.
—¿Testigos?
—Algunos vecinos escucharon
gritos de madrugada, pero creyeron que serían borrachos de alguna taberna. Ya
sabe que las peleas son frecuentes por aquí.
—¿Se lo pueden llevar ya, doctor?
Historia: Patricia Richmond
Ilustración: Miguel
Ángel Siles