miércoles, 12 de octubre de 2016

El CENTINELA DE ZARAGOZA Y EL MISTERIO DE LA CALLE DEL TEMPLE - CAPITULO III


Al alba un agente fue a buscar al alguacil a su casa. Habían encontrado otra víctima en la misma zona, junto a la iglesia de San Felipe.
Llegaron a la plaza, en la que ya se agolpaban los curiosos.
—Es todavía peor que ayer —le dijo uno de los guardias.
—¿Es una mujer? —preguntó al ver el cuerpo.
—Sí. Es Elvira Ramos, la partera. Vino anoche a asistir a una parturienta de una casa cercana. El marido ha venido atraído por los gritos del comerciante que la ha encontrado y ha reconocido sus ropas.


El cirujano estaba examinando el cuerpo. Se levantó y mandó que lo taparan.
—Nos enfrentamos a una bestia. Hay que organizar una batida y acabar con ella.
—¿Ha dejado alguna huella? —preguntó el alguacil mirando los restos de sangre pisoteados a su alrededor.
—No. No hay nada que me permita especular si se trata de algún tipo de felino, de lobo o de oso. Por los desgarros que he podido observar, sólo puedo asegurar que se trata de un animal muy grande.
Se llevaron el cuerpo. Un lacayo entregó una nota al policía. Debía acudir inmediatamente al arzobispado.
Le recibió el canónigo en su despacho.
—¿Qué está ocurriendo, Florencio?
—Parece que se trata de un animal, señor Pignatelli. Vamos a organizar una batida para cazarlo. Mis hombres ya están formando un grupo de voluntarios y vamos a registrar el barrio.
 No encontraron nada en todo el día. Inspeccionaron todos los bajos y bodegas del entorno de la calle del Temple, pero no apareció ninguna evidencia del paso del animal. Al anochecer, algunos guardias se apostaron en balcones y tejados y otros se escondieron, preparados para actuar ante cualquier señal de avistamiento.


El reloj de la Torre Nueva dio las dos de la mañana. Un tabernero cerró la puerta de su tasca y se internó por la calle oscura. Antes de llegar a la plaza oyó un débil silbido a su espalda. Miró hacia atrás con miedo. No vio nada y aceleró el paso. Dobló la esquina y algo saltó sobre él. Su grito alertó a los guardias que se encontraban cerca y corrieron hacia su voz. Los primeros en llegar se quedaron paralizados. El hombre se retorcía en el suelo bajo un bulto sombrío que, sin ningún ruido, le abría las carnes y esparcía su sangre.


Los que llegaron después reaccionaron disparando sobre la sombra, pero la munición parecía traspasarle, sin que le causara ningún daño. El misterioso ser desapareció sin que nadie fuera capaz de contar cómo había ocurrido. Corrieron tras él en todas las direcciones pero nadie vio cómo ni por dónde había escapado.



Historia: Patricia Richmond

Ilustraciones: Miguel Ángel Siles

miércoles, 14 de septiembre de 2016

El CENTINELA DE ZARAGOZA Y EL MISTERIO DE LA CALLE DEL TEMPLE - CAPITULO II

El alguacil Florencio Ara llegó al amanecer a la calle del Temple y se abrió paso entre los curiosos que se habían congregado tras la barrera formada por los guardias que no les dejaban acercarse. Saludó a sus subordinados y se dirigió al cirujano que estaba examinando el cuerpo que yacía en un rincón. Estaba horriblemente mutilado.
—¿Qué tenemos, doctor?
—Una carnicería. Este hombre ha sido devorado por alguna bestia que no puedo identificar.
El alguacil se acercó a mirar el cadáver.
—Le advierto que no es agradable —le avisó el médico.


Se estremeció al contemplar los restos que quedaban de lo que había sido una persona. Su cabeza era una masa sanguinolenta y los jirones de carne que asomaban entre las ropas rasgadas apenas permitían adivinar que habían pertenecido a un cuerpo humano.
—¿Qué clase de animal ha podido hacer esto?
—No puedo estar seguro. Nunca había visto nada igual. Podría ser un felino de gran tamaño.
Se volvió hacia uno de sus ayudantes.
—¿Sabemos quién es?
—No, no llevaba encima nada que lo identifique.
—¿Testigos?


—Algunos vecinos escucharon gritos de madrugada, pero creyeron que serían borrachos de alguna taberna. Ya sabe que las peleas son frecuentes por aquí.
—¿Se lo pueden llevar ya, doctor?


—Sí, que lo trasladen al hospital. Seguiré examinándolo allí y pediré la opinión de otros colegas. Por la tarde la noticia se había extendido por toda Zaragoza. Los vendedores ambulantes pregonaban el suceso mientras ofrecían el periódico a los viandantes: ¡La Gaceta de Zaragoza! ¡Todo sobre el crimen del Temple!



Historia: Patricia Richmond
Ilustración: Miguel Ángel Siles


jueves, 1 de septiembre de 2016

EL CENTINELA DE ZARAGOZA - REFERENCIAS HISTORICAS - CARTUJA DEL AULA DEI

El 29 de febrero de 1564 se colocó la primera piedra de la Cartuja del Aula Dei, hogar de nuestro centinela, gracias al interés y esfuerzo del arzobispo de Zaragoza don Hernando de Aragón. Surgió para dar cobijo a los monjes de la Cartuja de las Fuentes de Lanaja (Huesca) debido a sus precarias condiciones de vida, siendo el lugar elegido la Torre de María Cariñena, a unos doce kilómetros de Zaragoza. Fue una cartuja rica y de gran esplendor debido, en gran parte, a las donaciones que hizo el arzobispo. Tan orgulloso se sentía don Hernando de la construcción de esta cartuja que tras sus muros estuvo custodiado su corazón, trasladándose después a la Seo de Zaragoza. Sin embargo, a partir del siglo XIX los monjes se vieron en la obligación de abandonar la Cartuja debido primero a la ocupación de sus instalaciones por parte de las tropas napoleónicas durante Los Sitios y de los decretos desamortizadores que se sucedieron después. Actualmente reside en ella la Comunidad Chemin Neuf, tras la decisión de los cartujos del Aula Dei de unirse a otras comunidades de Valencia y Burgos.


Pocos años antes de la fecha en la que nuestro protagonista reside en la Cartuja, acababa de realizarse la portada rococó de su interior, realizada por Manuel Ramírez de Arellano y será además el año 1774 en el que Francisco de Goya realice las famosas pinturas que decoran el interior del templo.



Texto: Inés Gracia
Ilustración: Alfredo Scaglioni

domingo, 21 de agosto de 2016

El CENTINELA DE ZARAGOZA Y EL MISTERIO DE LA CALLE DEL TEMPLE - CAPITULO I

Zaragoza, 1774.

Los monjes dormían tranquilos en la Cartuja de Aula Dei, ajenos a la niebla que se había infiltrado en una de las celdas.


Lentamente avanzó hacia el hombre que se agitaba en un jergón, poseído por una visión. Un silbido apenas perceptible recorría una calle estrecha y oscura, siguiendo el eco de unos pasos. Súbitamente, una sombra sin forma definida, espectral, se abalanzó sobre un caminante, que gritó aterrorizado al ser lanzado contra un rincón.


Sintió cómo le salpicaba la sangre del infortunado y despertó. Al abrir los ojos, un rostro que le había estado observando fieramente se desvaneció y el monje tuvo la misma sensación que acompañaba a cada una de sus visiones, la de saber que él continuaba buscándole y que no dejaría de hacerlo hasta encontrarle, tal como había jurado. Pero no podía haberle localizado, al menos, no tan pronto.


Se incorporó sobre el camastro e, imperturbable, contempló la luna a través de la ventana de la habitación.



Historia: Patricia Richmond
Ilustración Personajes: Miguel Ángel Siles
Ilustración Escenarios: Alfredo Scaglioni